Durante mi estancia en Angola, tuve la oportunidad de recibir exclusivamente una visita desde España, se trató de la que hizo mi compañero y amigo, Javier Polo Brazo desde Sevilla. Javier era en aquel momento el Director de Recursos Humanos de la Cruz Roja de Sevilla, pero previamente habíamos compartido muchas vivencias en Cruz Roja Juventud.
Es verdad que la situación del país no estaba para muchas visitas. No había una guerra abierta, pero la situación tampoco era de paz estable. Por esa misma razón, agradecí más las semanas de visita que en la práctica para Javier, que iba de vacaciones, supusieron incorporarse a las largas jornadas de trabajo que teníamos en aquel momento.
Con esta entrada inauguro una sección de colaboradores invitados y a continuación el propio Javier, hace una reflexión de su estancia y visita a Angola.
«Acaba de hacer diecinueve años del amanecer de aquel día en el que mi avión tomaba tierra en el aeropuerto de Luanda. La visión desde el aire fue bastante peor de lo que había imaginado; a ambos lados de la pista se expandían los suburbios de una ciudad a la que ya hacía años que le habían saltado las costuras desde que miles de desplazados acudieran allí buscando refugio, huyendo de una guerra que duraba más años que los que tenían la mayoría de sus habitantes. Teniendo en cuenta que mi avión, un flamante Boeing 747 de Air France, procedía del modernísimo Charles de Gaulle de París el aterrizaje allí fue doblemente impactante. El aeropuerto era un poco caótico, adelantando lo que me encontraría en el país durante las siguientes semanas; en el tránsito aeroportuario descubrí -entre otras cosas- que cuando un policía angoleño te pide “gaseosa” no es que quiere que lo invites a una coca cola. A la salida de la terminal me esperaba Fernando Cuevas , quien a pesar de estar solo, entre tanto caos me pareció acompañado por una banda de música, banderas y alfombra roja; agradecí su presencia como se agradece un oasis en mitad de un desierto.
Tras estos primeros impactos me refugio en casa para descansar y así les dejo tiempo a mis anfitriones para que pueden acudir al entierro de un pequeño de unos dos años que acababa de morir de tétanos. Algo que me paraliza porque unos días antes había descubierto que la vacuna contra esa enfermedad era una de las que había olvidado ponerme para ir allí. Problema que Ana, la farmacéutica del hospital de la Cruz Roja de Sevilla, había solucionado incorporando en mi botiquín varias dosis de gammaglobulina con la leyenda: “muestra gratuita, prohibida su venta”, por si las necesitaba. Eso me hizo pensar que si hubiese llegado unos días antes, ese niño podría no haber muerto. Fernando me tranquilizó -si es que puede uno tranquilizarse ante eso- recordándome que acababa de llegar a África, que mis medicinas, con toda certeza, salvarán a algún niño en singular, lo que no evitara que muchos otros, en plural, sigan muriendo por enfermedades que tienen cura en occidente. Primera lección aprendida.
Por la tarde, ya descansado, me incorporo a la rutina de la delegación de la Federación Internacional de la Cruz Roja; me presentan a todos, me cuentan, les cuento… Llamada a casa para anunciar mi llegada sin novedad y primeras contradicciones de las miles que rondarán mis pensamientos esos días; mientras en Luanda la gente lucha cada hora por conseguir algo que llevarse a la boca antes de acostarse –y lo de luchar no es ninguna metáfora-, en mi ciudad miles de aficionados han salido a manifestarse a la calle porque la Federación Española de Fútbol ha decidido el descenso de categoría del Sevilla Fútbol Club, por su alto nivel de endeudamiento.
Tras varios días en la capital, incorporado a la rutina de la Delegación y conociendo los entresijos de la cooperación internacional, emprendemos camino a nuestro verdadero destino, Benguela, la segunda ciudad del país y cabecera de la provincia homónima donde desarrolla su trabajo mi anfitrión, como responsable de logística y socorros y, por tanto, organizador de los convoyes de ayuda humanitaria de esa zona; a ayudarle en estas tareas es a lo que me dedicaré en las siguientes semanas.

De aquel tiempo recuerdo muchas cosas y con cualquiera de ellas podría extenderme largamente, por ejemplo podría contarles que me reconfortaba ver correr tras nuestros vehículos a los niños más pequeños de los poblados a los que llegaban nuestros convoyes mientras gritaban a coro “cachindeles” una palabra en umbundu que, según me decían, en español podría ser traducida como un diminutivo de “blancos” (blanquitos), prueba de que no abundaban los europeos por las zonas que transitábamos.
También les podría contar lo que tardé en acostumbrarme a entender la economía del país, pagué dos millones de nuevos kwanzas (la moneda local vigente en ese momento)

por mi primer periódico y más del triple de esa cifra por el último, aunque en realidad siempre pagué lo mismo, medio dólar, nueva lección por tanto: cambia tus dólares sólo cuando lo necesites de verdad.
Podría extenderme también sobre lo desabastecidas que estaban las ciudades, sobre lo necesaria que era toda la ayuda que portábamos, sobre los interminables viajes en caravanas -siempre diurnas- por carreteras recién desminadas y en la mayoría de las ocasiones escoltados por “cascos azules”.
Les podría contar como uno no logra acostumbrarse nunca a la constante banda sonora de tiros en la distancia, que aumentaba en intensidad cuando gobierno y guerrilla mantenían negociaciones de paz, como las que se mantenían en Gabón durante los primeros días de mi estancia.
Podría pararme también a analizar las contradicciones que veía en todo este mundo de la cooperación internacional cuando se trata de ayudar en un guerra, tan extraordinariamente comprometido y desplegado en la capital del país pero tan ausente en el terreno, donde resultaba más que dificil encontrar los característicos jeep blancos, salvo los que eran de la ONU o de la Cruz Roja.

Pero no, no les hablaré de esas cosas, hoy prefiero compartir tres momentos que casi veinte años después siguen volviendo a mí de forma recurrente cada vez que pienso en ese viaje. Tres momentos que tengo grabados en mi cerebro como si de fotos fijas se tratara.
El primero de ellos es una pintada, sólo eso, una pintada de las muchas que podemos ver en cualquier muro de cualquier ciudad. Sin embargo esa en concreto estaba en un muro de Chongoroi. Estaba en lo que fue un obrador de panadería y rezaba en portugués:

“queremos los cuerpos de nuestros muertos que fueron asesinados en Luanda”. Sólo eso y nada más que eso. El día que la vi por primera vez no reparé en ella, sin embargo, al caer la noche ya me atormentaba la cabeza y aún hoy sigue viniendo a mí en cada desvelo, o cada vez que asaltan mi televisión imágenes de otros lugares, de otras guerras, pero de las mismas victimas. Es la pintada de la rendición, de la desesperanza, del “todo se ha acabado”. Cuanto dolor habita el corazón de una persona que escribe eso en una pared, amparada en las sombras de la noche. Cuanto dolor de madres, de familias, de amigos; a los que lo único que les queda es el recuerdo del ser querido y la esperanza de poder algún día darles una digna sepultura.
El segundo no fue un momento exactamente, fue más bien un diario. Fue una imagen que vi cada uno de los días que fui al almacén de Lobito, donde se guardaba toda la ayuda que repartíamos. Entre otros muchos productos existía una montaña con docenas de muletas. El país estaba plagado de minas antipersona y esta ayuda era por tanto más que necesaria, dada la importante cantidad de personas mutiladas. Junto a esta montaña estaba otra, que es la causa de mi desvelo. Otra montaña de muletas, también con docenas de ellas, pero en este caso de un tamaño bastante menor, de treinta, de cincuenta centímetros; muletas para niños, las victimas más inocentes de cualquier conflicto, las más injustas, las más absurdas.

Mi tercer recuerdo son cinco monjas gallegas que gestionaban un hospital a dos kilómetros de la ciudad de Cubal. El hospital contaba con unas 1000 camas y en los alrededores estaban acampadas unas dos mil personas más; nos explicaron que el área de influencia de este centro era muy extensa y que los familiares que acompañaban a los enfermos se quedaban en los alrededores acampados mientras este estuviera hospitalizado. Atendían heridos de ambos bandos, por lo que gozaban del respeto de toda la población y lo convertía en el único edificio de la zona que nunca fue atacado. El motivo de nuestra visita era entregarles unas cartas de España, nuestro embajador nos había pedido el favor al saber que pasaríamos por esa ciudad; ellas no nos esperaban ni tampoco las noticias que le llevábamos. Nos recibieron como agua de mayo, nos mostraron su trabajo, el hospital, nos hablaron de sus necesidades de sus proyectos y de la esperanza en que las hostilidades no se reanudaran nunca. En una parcela cercana, retirada del resto de las instalaciones se encontraba la modesta casa donde nos ofrecieron una merienda y donde mantuvimos una larga conversación sobre Angola, España y sobre las esperanzas de cada uno y de las incertidumbres del momento que vivíamos.
Las semanas pasaron pronto, pero las lecciones aprendidas y aprehendidas permanecen hoy. De entre todas destacan tres: La primera es que las certezas humanas se asientan sobre barro, estamos convencidos de que nuestro bienestar debe ser el estándar del desarrollo humano, sin darnos cuenta que nuestras comodidades descansan sobre las guerras y desgracias de otros. La segunda es que existe un abismo entre pasar hambre y morirse de hambre, por mal que nos vayan las cosas, por mucho que haya meses que no sepamos como lo vamos a acabar, la lucha diaria en buena parte del planeta es por la supervivencia pura y dura, sin paños calientes.
Pero la más terrible de las lecciones la tuve el día que descubrí que un niño sólo deja de reír y de jugar cuando se está muriendo. Si al llegar a un poblado no veías a niños corriendo tras tu coche al grito de cachindeles habías llegado demasiado tarde.»
Meu compadre, acho ter feito um grande informe sobre o passado, apesar de não ser possível colocar todos aspetos porque o tempo que e mestre não permitir tal desidrato.
Li todos os comentários que achei muito importante como uma memoria que marcara para todo o tempo. isto me gratifica porque vijo ai o meu nome, não o meu assim como as imagem de outra pessoas que connosco labutaram no Calomanlo, Catengue, Lucira etc, muito deles falecidos em nome da Cruz Vermelha, sobretudo por causa dos mais vulneráveis. Esse e o maior reconhecimento que se pode fazer para aqueles que deixara viúvas e órfãos de guerra, num mundo muito complexo e conturbado. Não há como ficar rico sem prejudicar outrem.Esse e o lema do Mundo de Hoje. Muito Obrigado.
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Simao,
Obrigado por teus comentários e por as tuas reflexões. Se, é um trabalho importante de recopilaçao que não quero nem que se me esqueça nem que caia no esquecimento.
Esta era uma entrada escrita por Javier Polo, com as suas impressões e proximamente irão outros relatos que descreverão outras situações vividas.
Cumprimentos, Fernando
Gracias por tus comentarios y por tus reflexiones. Si, es un trabajo importante de recopilación que no quiero ni que se me olvide ni que caiga en el olvido.
Esta era una entrada escrita por Javier Polo, con sus impresiones y pronto irán otras que describirán otras situaciones vividas.
Saludos, Fernando
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Gracias por hacerme ver otra realidad de la vida.
Y gracias por recordarme como se sinte uno al lado de Fernando
Victor Portillo
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Víctor,
Gracias a ti por interesarte. Creo que cada uno tenemos unas ciertas vivencias, que son desconocidas por los otros y en mi caso particular, no quiero ni olvidarlas ni que se olviden. Por eso las trato de plasmar con una cierta lejanía en el tiempo en este blog que sigo construyendo.
Saludos,
Fernando
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Qué interesante la percepción que cada persona tiene de una misma realidad y de las cosas que nos impactan en cada momento y que no son las obvias.gracias por compartirlas!!!!
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Santiago,
Tienes toda la razón. Las reflexiones de Javier Polo, a mi me refrescan la memoria y me hacen reparar en cosas que a mi hasta se me habían olvidado. Gracias
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Tus reflexiones y lecciones aprendidas muy duras, pero reales como la vida misma. Gracias por compartirlas.
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Begoña,
Gracias
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Javier Polo, hay que tenerlos bien puestos para ir a un país en guerra, del que sabíamos tan poco en España, pero por ver a Fernando se hace cualquier cosa…. yo por verle con ese bigote, yo viajaría en el tiempo¡¡
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Begoña,
Como tu sabes, lo del bigote, también en muchos países de África genera una actitud de respeto hacia las personas más maduritas. Como en aquella época yo era un «pavito», pues…
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